Antes de ir al cine uno imagina la película que va a ver. Es casi
imposible no generarse ilusiones. Toda la promoción fílmica está
orientada a eso. Ayudan también los antecedentes del género y de
los realizadores y actores. En el caso de El crimen del cácaro
Gumaro (Emilio Portes: México,
2014) las expectivas eran muy altas. ¿Qué las generó?
Antes
que nada es la primera la participación como actor a cuadro - en el
cine - de una figura entrañable de la televisión mexicana. Me
refiero a Andrés Bustamante cuyas esporádicas apariciones lo
mantienen vigente a mas de 20 años de haber salido del aire el
programa de El Güiri Güiri.
También
alimentó esa expectativa ver la tercera película dirigida por
Emilio Portes. Particularmente se podía esperar que se sacara la
espina de un filme fallido como Pastorela
(México, 2011) y se reencontrara con el talento mostrado en su ópera
prima, llamada Conozca la cabeza de Juan Pérez
(México, 2008).
El
crimen del Cácaro Gumaro queda
muy por debajo de esas expectativas. Si esa película representa el
estado de la comedia en el cine mexicano hay que prender las alarmas
ante la incapacidad de armar un discurso coherente que al mismo
tiempo sirva para provocar risas en el espectador.
La
anécdota de El crimen del cácaro Gumaro
versa sobre dos hermanos que heredan las propiedades de su padre.
Archimboldo (Alejandro Calva) hereda la casa paterna y Gumaro (Carlos
Corona) el piojoso y cucarachiento cine Linterna Mújica. Una se
encuentra hipotecada y el otro a punto de desaparecer para
convertirse en estacionamiento o tienda de conveniencia, a causa de
adeudos de impuesto predial.
La rivalidad de los hermanos se alimenta por la presencia de una
mujer fatal hasta que la dispersión del guión demuestre lo
contrario, Claudianita interpretada por Ana de la Reguera. Echándole
leña al fuego de la rivalidad filial está el alcalde del pueblo de
Güemez, el corrupto, pretencioso, egocéntrico e inepto Don Cuino,
personaje a todas luces creado por su interprete y coguionista del
filme, Andrés Bustamante quien debiera ser el plato fuerte de la
película.
La
historia del proyeccionista Gumaro recuerda a los cortometrajes
Robert McKimson (The high and the flighty. Estados Unidos, 1956)
donde el Gallo Claudio y su rival el perro se jugaban una broma
pesada tras otra, azuzados por la ambición comercial del Pato
Lucas. El mérito del cortometraje incrementar progresivamente la
risa durante los siete minutos que dura. Y el verdadero Crimen del
Cácaro Gumaro es matar la risa casi al inicio.
La
saturación supuestamente inteligente, alimentada por los homenajes y
la crítica a la condición del cine mexicano, la ausencia de centro
y corazón hace que la película escrita por Bustamante, Portes y
Armando Vega Gil se desinfle, aburra y enfade a un espectador que no
sea incondicional.
Visualmente
El crimen del Cácaro Gumaro es
eficiente, es mas, los defectos especiales
en escenas como la del bombardeo pasan como parte de una propuesta
estética. La primera parte deja claro que al director Emilio Portes
le fascina la edición espectacular. Los actores hacen lo mejor que
pueden con los personajes que tienen (se aprecia como Ana de la
Reguera se deje filmar incluso sin pelos en la cabeza).
Pero
el guión sigue siendo la parte ardua del cine mexicano. Como país
quizá padezcamos de incapacidad para fabular. No lo creo.
Personalmente conozco casos de buenos escritores de comedia. Pero en
este caso la ausencia de un objetivo, de un centro, de una premisa,
de algo que le de vida a la película, hace que El crimen
del cácaro Gumaro sea otra
película fallida en la cuenta del cine nacional.
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