Julián
Santos, un jovencito hijo de familia acomodada del centro de México
es reclutado como seminarista por los Cruzados de Cristo, una
congregación católica a cargo de un carismático líder espiritual.
La
vida en el seminario gira alrededor de la figura de Ángel de la
Cruz, quien consigue cuantiosas limosnas y tiene acceso a altos
círculos políticos y religiosos. Además de eso el padre de la Cruz
es un pederasta que abusa de manera constante de todos los jóvenes
inscritos en el seminario.
Podríamos
resumir de esta manera, sin darle mas vueltas, la anécdota de
Obediencia Perfecta (México,
2014) recién estrenada en
este fin de semana. Dirigida
por el ex seminarista y productor cinematográfico Luis Urquiza
Mondragón, la película se
anuncia, en su publicidad y
mediante un texto en
pantalla, como basada en una historia real.
Nadie
puede pasar por alto las semejanzas del personaje del padre de la
Cruz con el fundador de los Legionarios de Cristo. Aunque no
se trata de un filme biográfico ni histórico es innegable el
parecido de la caracterización de Juan Manuel Bernal como Ángel de
la Cruz con el aspecto físico de Marcial Maciel.
Al
no filmar una biografía Urquiza puede abordar el tema del poder de
una manera amplia, desde los aspecto interpersonales hasta
institucionales, usando una serie de referencias muy concretas de la
realidad mexicana actual y un sobre todo conjunto de metáforas que
le dan potencia a la película.
La
fascinación maligna del personaje de Ángel de la Cruz hace que uno
pase por alto uno de los aspectos centrales de la película
Obediencia Perfecta: el hecho
de que no está enfocada en
la figura del sacerdote
abusador, sino en la víctima, el seminarista Julián Santos
interpretado con intensidad silenciosa por Sebastián
Aguirre.
Cada
año, Ángel de la Cruz, cuya fotografía cuelga de casi todas las
paredes del seminario de los Cruzados de Cristo y es reverenciado por
todos en la congregación, escoge a uno de los adolescentes
a su cuidado para que viva
con él.
En
esta cercanía se va fraguando el abuso sexual, que nunca es
repentino ni abrupto. Cinematográficamente jamás es frontal. Luis
Urquiza lo maneja con un cuidado muy similar al pudor de los amantes: con
una lógica de puertas cerradas y luces apagadas.
Pero
en estos círculos que se
cierran se va trazando una
nueva figura, el verdadero
asunto de Obediencia
perfecta. El seminarista
convierte en una pareja entregada amorosamente a su victimario,
incluso celosa y posesiva pero sin poder.
Es el drama de un
primer amor, el de Julián por el padre Ángel, y que pronto descubre
que no es el centro del universo, aunque así se lo han hecho creer
para que se entregue en alma y cuerpo, para que su identidad sea
reconfigurada a semejanza de
la del sacerdote.
Como
su título lo indica, Obediencia perfecta es
la historia de una sumisión, el rostro horrible y desconcertante del
poder. Para que alguien ejerza violencia de manera sistemática y
repetitiva debe haber cómplices.
Estos pueden compartir
intereses, pero también pueden serlo por convicción, apego
y cariño.
Claro que esos sentimientos no son espontáneos, el personaje de Juan
Manuel Bernal construye a su monstruo pederasta a partir de un rasgo
central: la capacidad de seducir. Todos en la película parecen estar
encantados con orbitar alrededor de Ángel de la Cruz.
La única excepción es Alberto, otro seminarista adolescente,
hiperhormonal y mas bien gandallita interpretado por Alejandro de
Hoyos Parera, cuyas denuncias caen el vacío de los oídos que no
quieren escuchar.
¿En qué país puede ocurrir una historia como la de Obediencia
perfecta? En uno donde los ciudadanos están fascinados con la
belleza de sus líderes, donde la voz de las víctimas es acallada,
donde todos podemos aspirar a ser beneficiarios de los abusos a
otros. Esto es lo verdaderamente monstruoso del planteamiento de
Obediencia perfecta.
Es el mundo distorsionado por la lente de uno de los mejores
directores de fotografía de México, Sergei Saldívar Tanaka quien,
cosa rara en nuestra cinematografía, no teme utilizar lentes de gran
angular en interiores e ilumina algunas escenas como si fueran blanco
y negro para dejar claro lo oscuro del personaje del Padre Ángel.
Obediencia
perfecta transcurre apenas en
unas cuantas locaciones, se concentra en los espacios del seminario y
de la casa de Ángel de la Cruz con resultados similares a los
que tienen las historias de
terror donde los personajes no pueden salir del espacio maldito, que
en este caso es un laberinto donde habita un devorador de niños,
almas y voluntades con sotana.
La
construcción del personaje de Ángel de la Cruz no deja espacio para
la simpatía o la consideración: seductor de hombres y mujeres,
finísimo
de maneras, alcohólico, drogadicto, chantajista supuestamente
enfermo, ostentoso y seguro de si mismo. Bernal y Urquiza lo
presentan en situaciones que serían
ridículas
si no fueran trágicas. El director utiliza para ello la música. Recurre lo mismo, de manera quizá un poco
obvia, a Sympathy for the Devil,
la canción de los Rolling Stones para subrayar su maldad y a
Popotitos, el clásico
de los Teen Tops para resaltar su decadencia y mal gusto.
Puestos
a criticar, habría que señalar la
falta de claridad el arranque
del filme, donde vemos al Padre Ángel ya viejo, recibiendo una
notificación del Vaticano de parte del personaje interpretado por
Dagoberto Gama, que con su enorme parecido al cardenal Norberto
Rivera levanta risas a pesar de su seriedad y
brevedad en pantalla.
Tampoco
resulta evidente
el papel
que juega
el joven que habla por
teléfono. ¿Es
Alberto? ¿es Julián? En un primer visionado no queda claro, la memoria no alcanza a retener el diálogo mas que en lo esencial. ¿Por
qué empezar así la
película? ¿Para demostrar
que finalmente hubo justicia? ¿Para anunciar, desde el arranque que los malvados serán castigados? Eso parece completamente fuera de
tono.
Igual
que la voz en off, los
textos que
lee Juan Manuel Bernal – Ángel de la Cruz, escritos
como cartas
de amor a un joven seminarista. Habría que experimentar y verificar
si eliminándolos
no funciona mejor la película.
Pero
eso no disminuye el impacto en el público del
final que se contradice con el inicio. Sin vender la anécdota, se
sugiere una perpetuación del ciclo de abuso, parece no haber salida.
El público en la sala lo
entendió y contuvo el aliento.
Luis
Urquiza – ex seminarista,
cineasta, productor, coguionista
(al lado de Ernesto Alcocer) –
ahora dirige su ópera prima. Ha filmado
una película vigorosa,
visualmente imaginativa, con defectos propios de una primera
experiencia,
pero superados por la pasión,
el conocimiento y la
intuición de las posibilidades del tema. Obediencia
perfecta es la película para
ver esta semana. No hay mas.
Excelente reseña profesor!!!
ResponderEliminarGracias, Goretti. Saludos.
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