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lunes, 5 de mayo de 2014

Obediencia perfecta


Julián Santos, un jovencito hijo de familia acomodada del centro de México es reclutado como seminarista por los Cruzados de Cristo, una congregación católica a cargo de un carismático líder espiritual.
La vida en el seminario gira alrededor de la figura de Ángel de la Cruz, quien consigue cuantiosas limosnas y tiene acceso a altos círculos políticos y religiosos. Además de eso el padre de la Cruz es un pederasta que abusa de manera constante de todos los jóvenes inscritos en el seminario.
Podríamos resumir de esta manera, sin darle mas vueltas, la anécdota de Obediencia Perfecta (México, 2014) recién estrenada en este fin de semana. Dirigida por el ex seminarista y productor cinematográfico Luis Urquiza Mondragón, la película se anuncia, en su publicidad y mediante un texto en pantalla, como basada en una historia real.
Nadie puede pasar por alto las semejanzas del personaje del padre de la Cruz con el fundador de los Legionarios de Cristo. Aunque no se trata de un filme biográfico ni histórico es innegable el parecido de la caracterización de Juan Manuel Bernal como Ángel de la Cruz con el aspecto físico de Marcial Maciel.
Al no filmar una biografía Urquiza puede abordar el tema del poder de una manera amplia, desde los aspecto interpersonales hasta institucionales, usando una serie de referencias muy concretas de la realidad mexicana actual y un sobre todo conjunto de metáforas que le dan potencia a la película.
La fascinación maligna del personaje de Ángel de la Cruz hace que uno pase por alto uno de los aspectos centrales de la película Obediencia Perfecta: el hecho de que no está enfocada en la figura del sacerdote abusador, sino en la víctima, el seminarista Julián Santos interpretado con intensidad silenciosa por Sebastián Aguirre.
Cada año, Ángel de la Cruz, cuya fotografía cuelga de casi todas las paredes del seminario de los Cruzados de Cristo y es reverenciado por todos en la congregación, escoge a uno de los adolescentes a su cuidado para que viva con él.
En esta cercanía se va fraguando el abuso sexual, que nunca es repentino ni abrupto. Cinematográficamente jamás es frontal. Luis Urquiza lo maneja con un cuidado muy similar al pudor de los amantes: con una lógica de puertas cerradas y luces apagadas.
Pero en estos círculos que se cierran se va trazando una nueva figura, el verdadero asunto de Obediencia perfecta. El seminarista convierte en una pareja entregada amorosamente a su victimario, incluso celosa y posesiva pero sin poder.
Es el drama de un primer amor, el de Julián por el padre Ángel, y que pronto descubre que no es el centro del universo, aunque así se lo han hecho creer para que se entregue en alma y cuerpo, para que su identidad sea reconfigurada a semejanza de la del sacerdote.
Como su título lo indica, Obediencia perfecta es la historia de una sumisión, el rostro horrible y desconcertante del poder. Para que alguien ejerza violencia de manera sistemática y repetitiva debe haber cómplices. Estos pueden compartir intereses, pero también pueden serlo por convicción, apego y cariño.
Claro que esos sentimientos no son espontáneos, el personaje de Juan Manuel Bernal construye a su monstruo pederasta a partir de un rasgo central: la capacidad de seducir. Todos en la película parecen estar encantados con orbitar alrededor de Ángel de la Cruz.
La única excepción es Alberto, otro seminarista adolescente, hiperhormonal y mas bien gandallita interpretado por Alejandro de Hoyos Parera, cuyas denuncias caen el vacío de los oídos que no quieren escuchar.
¿En qué país puede ocurrir una historia como la de Obediencia perfecta? En uno donde los ciudadanos están fascinados con la belleza de sus líderes, donde la voz de las víctimas es acallada, donde todos podemos aspirar a ser beneficiarios de los abusos a otros. Esto es lo verdaderamente monstruoso del planteamiento de Obediencia perfecta.
Es el mundo distorsionado por la lente de uno de los mejores directores de fotografía de México, Sergei Saldívar Tanaka quien, cosa rara en nuestra cinematografía, no teme utilizar lentes de gran angular en interiores e ilumina algunas escenas como si fueran blanco y negro para dejar claro lo oscuro del personaje del Padre Ángel.
Obediencia perfecta transcurre apenas en unas cuantas locaciones, se concentra en los espacios del seminario y de la casa de Ángel de la Cruz con resultados similares a los que tienen las historias de terror donde los personajes no pueden salir del espacio maldito, que en este caso es un laberinto donde habita un devorador de niños, almas y voluntades con sotana.
La construcción del personaje de Ángel de la Cruz no deja espacio para la simpatía o la consideración: seductor de hombres y mujeres, finísimo de maneras, alcohólico, drogadicto, chantajista supuestamente enfermo, ostentoso y seguro de si mismo. Bernal y Urquiza lo presentan en situaciones que serían ridículas si no fueran trágicas. El director utiliza para ello la música. Recurre lo mismo, de manera quizá un poco obvia, a Sympathy for the Devil, la canción de los Rolling Stones para subrayar su maldad y a Popotitos, el clásico de los Teen Tops para resaltar su decadencia y mal gusto.
Puestos a criticar, habría que señalar la falta de claridad el arranque del filme, donde vemos al Padre Ángel ya viejo, recibiendo una notificación del Vaticano de parte del personaje interpretado por Dagoberto Gama, que con su enorme parecido al cardenal Norberto Rivera levanta risas a pesar de su seriedad y brevedad en pantalla.
Tampoco resulta evidente el papel que juega el joven que habla por teléfono. ¿Es Alberto? ¿es Julián? En un primer visionado no queda claro, la memoria no alcanza a retener el diálogo mas que en lo esencial. ¿Por qué empezar así la película? ¿Para demostrar que finalmente hubo justicia? ¿Para anunciar, desde el arranque que los malvados serán castigados? Eso parece completamente fuera de tono.
Igual que la voz en off, los textos que lee Juan Manuel Bernal – Ángel de la Cruz, escritos como cartas de amor a un joven seminarista. Habría que experimentar y verificar si eliminándolos no funciona mejor la película.
Pero eso no disminuye el impacto en el público del final que se contradice con el inicio. Sin vender la anécdota, se sugiere una perpetuación del ciclo de abuso, parece no haber salida. El público en la sala lo entendió y contuvo el aliento.
Luis Urquiza – ex seminarista, cineasta, productor, coguionista (al lado de Ernesto Alcocer) – ahora dirige su ópera prima. Ha filmado una película vigorosa, visualmente imaginativa, con defectos propios de una primera experiencia, pero superados por la pasión, el conocimiento y la intuición de las posibilidades del tema. Obediencia perfecta es la película para ver esta semana. No hay mas.

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