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lunes, 11 de agosto de 2014

Nuestro video prohibido


Si asumimos que una película puede hablarnos del tiempo en que ha sido realizada, de la sociedad en donde fue concebida, si un filme aspira (consciente o inconscientemente) a convertirse en un programa de vida para su espectador, entonces, tras haber visto Nuestro video prohibido (Sex Tape. Director Jake Kasdan. Estados Unidos, 2014) debemos asumir que vivimos una época bastante patética.
Como siempre, me gustaría arrancar con unas líneas sobre la forma cinematográfica de la película que me ocupa. Pero aquí no hay mucho que decir. El filme Nuestro video prohibido está realizado con las técnicas mas convencionales. No hay un momento de innovación. Todas las escenas están mas que bien iluminadas, a fin de que no perdamos detalles de la comicidad de los intérpretes. Jason Segel (Jay) hace todos los gestos posibles con su rostro para competir con las piernas y las nalguitas cuarentonas de Cameron Diaz (Annie). Del conflicto no sale nada que no se haya visto. En la resolución el estatus quo es el vencedor.
La velocidad de la edición mantiene el ritmo profesional para una comedia, donde la risa no debería detenerse para nada. Hay escenas el director lo logra, sobre todo en aquella que concluye con Jay y un perro pastor alemán (disneydiana y fallindamente) llamado Ariel, cayendo por la ventana. Esta escena quizá sea la clave de toda la película, volveré a ella mas delante.
Entonces si Nuestro video prohibido es una película formalmente convencional, podríamos suponer que aspira a llegar a un gran público. En abono a esta suposición deberíamos incluir la presencia de una estrella como Cameron Diaz, la representación que se hace de un modelo aspiracional de familia y, por lo tanto, los valores que defiende la historia. Parte de la estrategia de guionistas y realizadores es hacer que estos valores permitan al público identificarse (a fin de ganar espectadores y por lo tanto dinero en taquilla) y al mismo tiempo configurar al público para ver películas similares.
Vamos por partes, una sinopsis mínima nos puede ayudar: Nuestro video prohibido narra la historia de Annie y Jay, antaño fogosa pareja que, con el paso de los años y sobre todo con la procreación, han perdido la chispa y la frecuencia de sus relaciones. Siendo Jay en cierta medida aficionado a la tecnología, deciden filmarse teniendo sexo. El video se pierde y para recuperarlo deberán hacer un trayecto que los llevará hasta la sede misma del sitio Youporn.
La película arranca con Annie – Cameron Diaz – escribiendo su blog, que es un espacio personal en el que reflexiona, con bastante éxito, sobre los asuntos de la maternidad y el matrimonio. Ella redacta una entrada que habla francamente de su sexualidad a partir de los distintos efectos que tiene la visión del cuerpo desnudo de la pareja antes del matrimonio y después de la paternidad. El de Annie es un sentimiento de pérdida. Algo de su identidad personal y de la de su relación se ha perdido, quién sabe si para siempre.
Cuando una longeva compañía de productos de bebé intenta comprar su blog interviene un nuevo factor. Esas expresiones personales de la sexualidad deben ser reprimidas para que encajen en un esquema de plan de negocios. A cambio habría una jugosa retribución económica. Y ese es uno de los motores de la historia: el video sexual de Annie y Jay no debe llegar a los jefes de la compañía.
Mucha tinta digital (y no digital) ha corrido en torno a la utopía del internet como un espacio libertario, donde la expresión individual no se restringe como en los medios que le antecedieron. Pero siempre tendemos a olvidar, como señala Paula Sibilia en El hombre postorgánico que el internet es una tecnología determinada por el sistema económico y político en el que ha sido creado, por lo tanto su función es la reproducción del capital.
Annie y Jay se convierten en un par de dementes, ella neurotizada supuestamente por la pérdida de intimidad y el doblegado masoquistamente a la voluntad de ella por la culpa de haber perdido el video. Ambos corren... ¿detrás de qué corren? ¿De su intimidad vulnerada? ¿Detrás de un montón de dinero? ¿Tras un prestigio social sostenido en el concepto de la familia?
Herbert Marcuse en Eros y civilización señalaba que el trabajador debía utilizar su energía libidinal en los aspectos productivos: en la fábrica o en cualquier espacio de reproducción del capital. El personaje que mas claro lo tiene es el padre de Annie, que cuando (en flashback) recibe la noticia del embarazo y matrimonio de su hija les advierte: “adiós sexo”, logrando escandalizar en ese momento, pero siendo finalmente profético.
Precisamente el sexo había sido, hará cosa de cincuenta años, un espacio de disidencia y autoafirmación, que iba de la mano con la creación de nuevas formas de pareja que la crítica del feminismo y la crisis del machismo, trajeron a las sociedad occidentales.
Hoy ya eso ya no existe, lo verdaderamente patético del mundo de Nuestro video prohibido es el espacio de la rebeldía y la disidencia. Hank (Rob Lowe) el mandamás (o, como se dice ahora, el CEO) de la compañía que pretende comprar el blog de Annie, pasa una noche suspirando por los tiempos en que se rebelaba escuchando trash metal y aspiraba cocaína. Dolorosa y triste melancolía de un modo de vida sustentado en una expresión artística y el consumo de un alcaloide incapaces de generar una utopía y capaces de atrofiar el sentido estético.
Lo mas patético es la misma razón de la aventuras de Annie y Jay. Si no él sólo fuera un consumidor inconsciente de tecnología sino que además tuviera un mínimo de capacidad de aprendizaje sobre el manejo a distancia de interfases tan sencillas como las de Mac, la película no hubiera existido: todo se hubiera solucionado con presionar una tecla. Es decir, Jay se convierte en un héroe para su familia (capaz de soportar dos caídas, una mordedura de perro, un ataque de impotencia y una patada en los genitales) a partir de su impericia que raya con la estúpidez.
A propósito, llegué a contar siete gadgets de la marca Apple de su propiedad: ¿así está bien o se necesita una imagen mas exagerada del modelo aspiracional de la nueva masculinidad atrofiada sexualmente pero asiduamente consumidora de tecnología?
Jay puede ser tonto, pero tiene un alto nivel de consumo, una esposa que con solo mover el trasero lo mangonea, un par de hijos en los que vuelca todo su afecto, un trabajo que le permite ser creativo y tener tiempo libre para dedicarlo, no digamos al sexo, pero si a su progenie. Qué triste modelo de héroe nos llega desde el Hollywood actual. Qué jodido es el pasado reciente, qué aburrido el presente y qué negro se proyecta el futuro.

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