Si asumimos que
una película puede hablarnos del tiempo en que ha sido realizada, de
la sociedad en donde fue concebida, si un filme aspira (consciente o
inconscientemente) a convertirse en un programa de vida para su
espectador, entonces, tras haber visto Nuestro video prohibido
(Sex Tape. Director Jake Kasdan. Estados Unidos, 2014) debemos asumir
que vivimos una época bastante patética.
Como siempre, me
gustaría arrancar con unas líneas sobre la forma cinematográfica
de la película que me ocupa. Pero aquí no hay mucho que decir. El
filme Nuestro video prohibido está realizado con las técnicas
mas convencionales. No hay un momento de innovación. Todas las
escenas están mas que bien iluminadas, a fin de que no perdamos
detalles de la comicidad de los intérpretes. Jason Segel (Jay) hace
todos los gestos posibles con su rostro para competir con las piernas
y las nalguitas cuarentonas de Cameron Diaz (Annie). Del conflicto no
sale nada que no se haya visto. En la resolución el estatus quo es
el vencedor.
La velocidad de la
edición mantiene el ritmo profesional para una comedia, donde la
risa no debería detenerse para nada. Hay escenas el director lo
logra, sobre todo en aquella que concluye con Jay y un perro pastor
alemán (disneydiana y fallindamente) llamado Ariel, cayendo por la
ventana. Esta escena quizá sea la clave de toda la película,
volveré a ella mas delante.
Entonces si
Nuestro video prohibido es una película formalmente
convencional, podríamos suponer que aspira a llegar a un gran
público. En abono a esta suposición deberíamos incluir la
presencia de una estrella como Cameron Diaz, la representación que
se hace de un modelo aspiracional de familia y, por lo tanto, los
valores que defiende la historia. Parte de la estrategia de
guionistas y realizadores es hacer que estos valores permitan al
público identificarse (a fin de ganar espectadores y por lo tanto
dinero en taquilla) y al mismo tiempo configurar al público para ver
películas similares.
Vamos por partes,
una sinopsis mínima nos puede ayudar: Nuestro video prohibido
narra la historia de Annie y
Jay, antaño fogosa pareja que, con el paso de los años y sobre todo
con la procreación, han perdido la chispa y la frecuencia de sus
relaciones. Siendo Jay en cierta medida aficionado a la tecnología,
deciden filmarse teniendo sexo. El video se pierde y para recuperarlo
deberán hacer un trayecto que los llevará hasta la sede misma del
sitio Youporn.
La
película arranca con Annie – Cameron Diaz – escribiendo su blog,
que es un espacio personal en el que reflexiona, con bastante éxito,
sobre los asuntos de la maternidad y el matrimonio. Ella redacta una
entrada que habla francamente de su sexualidad a partir de los
distintos efectos que tiene la visión del cuerpo desnudo de la
pareja antes del matrimonio y después de la paternidad. El de Annie
es un sentimiento de pérdida. Algo de su identidad personal y de la
de su relación se ha perdido, quién sabe si para siempre.
Cuando
una longeva compañía de productos de bebé intenta comprar su blog
interviene un nuevo factor. Esas expresiones personales de la
sexualidad deben ser reprimidas para que encajen en un esquema de
plan de negocios. A cambio habría una jugosa retribución económica.
Y ese es uno de los motores de la historia: el video sexual de Annie
y Jay no debe llegar a los jefes de la compañía.
Mucha
tinta digital (y no digital) ha corrido en torno a la utopía del
internet como un espacio libertario, donde la expresión individual
no se restringe como en los medios que le antecedieron. Pero siempre
tendemos a olvidar, como señala Paula Sibilia en El hombre postorgánico que el internet es
una tecnología determinada por el sistema económico y político en
el que ha sido creado, por lo tanto su función es la reproducción
del capital.
Annie
y Jay se convierten en un par de dementes, ella neurotizada
supuestamente por la pérdida de intimidad y el doblegado
masoquistamente a la voluntad de ella por la culpa de haber perdido
el video. Ambos corren... ¿detrás de qué corren? ¿De su intimidad
vulnerada? ¿Detrás de un montón de dinero? ¿Tras un prestigio
social sostenido en el concepto de la familia?
Herbert
Marcuse en Eros y civilización
señalaba que el trabajador debía utilizar su energía libidinal en
los aspectos productivos: en la fábrica o en cualquier espacio de
reproducción del capital. El personaje que mas claro lo tiene es el
padre de Annie, que cuando (en flashback) recibe la noticia del
embarazo y matrimonio de su hija les advierte: “adiós sexo”,
logrando escandalizar en ese momento, pero siendo finalmente
profético.
Precisamente
el sexo había sido, hará cosa de cincuenta años, un espacio de
disidencia y autoafirmación, que iba de la mano con la creación de
nuevas formas de pareja que la crítica del feminismo y la crisis del
machismo, trajeron a las sociedad occidentales.
Hoy
ya eso ya no existe, lo verdaderamente patético del mundo de Nuestro
video prohibido es el espacio de
la rebeldía y la disidencia. Hank (Rob Lowe) el mandamás (o, como
se dice ahora, el CEO) de la compañía que pretende comprar el blog
de Annie, pasa una noche suspirando por los tiempos en que se
rebelaba escuchando trash metal y aspiraba cocaína. Dolorosa y
triste melancolía de un modo de vida sustentado en una expresión
artística y el consumo de un alcaloide incapaces de generar una
utopía y capaces de atrofiar el sentido estético.
Lo
mas patético es la misma razón de la aventuras de Annie y Jay. Si
no él sólo fuera un consumidor inconsciente de tecnología sino que
además tuviera un mínimo de capacidad de aprendizaje sobre el
manejo a distancia de interfases tan sencillas como las de Mac, la
película no hubiera existido: todo se hubiera solucionado con
presionar una tecla. Es decir, Jay se convierte en un héroe para su
familia (capaz de soportar dos caídas, una mordedura de perro, un
ataque de impotencia y una patada en los genitales) a partir de su
impericia que raya con la estúpidez.
A
propósito, llegué a contar siete gadgets de la marca Apple de su
propiedad: ¿así está bien o se necesita una imagen mas exagerada
del modelo aspiracional de la nueva masculinidad atrofiada
sexualmente pero asiduamente consumidora de tecnología?
Jay
puede ser tonto, pero tiene un alto nivel de consumo, una esposa que
con solo mover el trasero lo mangonea, un par de hijos en los que
vuelca todo su afecto, un trabajo que le permite ser creativo y tener
tiempo libre para dedicarlo, no digamos al sexo, pero si a su
progenie. Qué triste modelo de héroe nos llega desde el Hollywood
actual. Qué jodido es el pasado reciente, qué aburrido el presente y
qué negro se proyecta el futuro.
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