El gobernador Carmelo Vargas (Damián Alcázar) es expuesto en la
televisión nacional recibiendo una maleta repleta de dinero. La
exhibición de este video es una estrategia de distracción por que
el presidente, de escasas luces y miembro de su mismo partido, ha
cometido el gazapo de decir que los mexicanos, en Estados Unidos,
pueden hacer trabajos que ni los negros harían. En aras de su
popularidad, el gobernador es sacrificado.
Vargas contrata los servicios de la misma televisora para manejar su
publicidad y para el “manejo de crisis”, ya que aspira a
convertirse en candidato presidencial. El encargado del noticiero “24
horas en 30 minutos” y su reportero de guerra se trasladan al
estado que gobierna y que vive una marcada crisis de seguridad
pública. En el transcurso de su estancia se irán descubriendo las
verdaderas personalidades del gobernador y de los empleados de la
televisora.
El director de La Dictadura Perfecta (México. 2014) Luis Estrada, ha
realizado una serie de películas que tienen un referente muy claro a
la realidad política, económica y social de México. Son memorables
La ley de Herodes (México. 1999), estrenada en el contexto de la
primera campaña electoral en la que el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) perdió la presidencia la República y El
infierno (México. 2010), que apareció en la coyuntura del
Bicentenerio de la Independencia y en plena decadencia del panismo al
frente del gobierno federal, en medio de la así llamada guerra
contra narcotráfico. Este ciclo se complementa con Un mundo
maravilloso (México, 2006) que exponía la política económica
neoliberal y que mas bien pasó desapercibida.
La fórmula, en la primera película de la serie, igual que en La
Dictadura Perfecta es exponer a los gobernantes, al mas puro estilo
del cine político convencional. En ese caso los gobernantes no son
sólo los jefes de la burocracia, coludidos con las estructuras
criminales; si no la televisión, que tiene suficiente poder para
influir en la permanencia gloriosa o en la desaparición vergonzosa
de los personajes de la vida pública.
En los últimos días la película ha despertado una serie de
sospechas. En el semanario Proceso número 1978 (con fecha de portada
del 28 de septiembre de 2014) Luis Estrada explicó que, cuando El
infierno fue todo un éxito, la empresa Televisa lo buscó para hacer
un proyecto. Obtuvo de ella un apoyo fiscal, es decir, que una parte
de los impuestos que debía de pagar Televisa se los dedicaron a la
producción de La Dictadura Perfecta. La distribuidora de cine,
subsidiaria de la televisora, Videocine, adelantó parte de sus
pagos. Cuando en Videocine vieron el resultado se echaron para atrás
y decidieron “divorciarse”. Ahora Estrada debe devolver el
adelanto.
Televisa finalmente no aparece en los créditos de producción. Ahí
está la compañía de Estrada (Bandidos Films) y algunas entidades
de gobierno como CONACULTA (Consejo Nacional Para la Cultura y las
Artes) y el IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía). La
paradoja no deja de hacerse presente: finalmente son el gobierno y la
televisión los financiadores de una película que critica al
gobierno y a la televisión.
El resultado es una película escindida y alargada. Con destellos de
humor negro gubernamental y plastas de tedio televisivo. Un filme que
el público va leyendo de manera referencial, descubriendo las
menciones a los video escándalos de René Bejarano, a la
desaparición de la niña Paulete durante el gobierno de Enrique Peña
Nieto en el Estado de México, su misma campaña presidencial
impulsada por Televisa y el montaje televisivo de Genaro García Luna
y Carlos Loret de Mola en la detención de Florence Cassez. Todo ello
contrapuesto a las actividades de un mesías opositor (ahora no
tropical sino norteño) que es una mezcla de panistas como Javier
Corral y morenos (por pertenecer al Movimiento de Regenaración
Nacional) como Andrés Manuel López Obrador.
La película se concentra en dos grupos de personajes, para los que
se hicieron dos peculiares selecciones de reparto. El primer grupo es
el del dueño de la televisora y sus empleados. Tv Mx es dirigida por
un junior capaz de mangonear a un presidente, que le debe tomar la
llamada en pleno acto oficial. Él encarga al responsable del
noticiero de darle seguimiento a su nuevo cliente, el gobernador
Vargas. Éste (el empleado de la televisora) es un tecnócrata de la
comunicación, repleto de conceptos sin equivalente en idioma español
(como prime time), entre
mercadólogo político y
productor televisivo. El
reportero estrella de la
compañía, que ha ido a cubrir guerras al oriente y a África, ahora
se queja de que no lo dejen llegar a un Hotel Hilton. Todos estos
personajes son interpretados por actores de cepa televisiva como
Alfonso Herrera (las series de RBD), Osvaldo Benavides (de
ctelenovelas como Lo que la
vida me robó y La que no podía amar) y el infumable Tony Dalton
(Flor salvaje y Los simuladores).
Mucho se ha publicitado la selección
del ex integrante del grupo Garibaldi Sergio Mayer para “interpretar”
al presidente de la república. No se le ve mucho mérito. Con
mantenerse en pose pose y
levemente desorientado su
interpretación es correcta y
fácilmente reconocible. Y
se agradece su brevedad
en pantalla. Por
que a los otros miembros del
equipo televisivo si los tenemos que aguantar toda la película. Gran
parte del argumento se concentra en ellos y se convierten en un
lastre, su
presencia cansa y su actitud aburre.
Todo lo contrario ocurre
en el gabinete estatal
encabezado por Carmelo Vargas, heredero del protagonista de La Ley de
Herodes. Damián Alcázar se da gusto citando a Gónzalo N. Santos,
organizando todas las noches francachelas con teiboleras y
disponiendo de una serie de asistentes, entre temerosos y discretos
(él les llama “pendejos”) interpretados con mesura y buen tino
por Enrique Arreola (Párpados Azules. Ernesto Contreras. México.
2007), Dagoberto Gama (El
violín. Francisco Vargas. México. 2005) y Noé Hernández (Miss
Bala. Gerardo Naranjo. México y Estados Unidos. 2011), entre
otros.
Si la película se concentrara en
estos personajes sería mucho mas divertida, ya que son una punta de
rufianes, capaces de traicionarse entre ellos con tal de quedarse con
la mayor cantidad de dinero. Su ambición es ilimitada, su
imaginación y cultura limitadísimas. Son
unos sátiros cínicos
capaces de soltar una lágrima cuando ven una telenovela. Sus
dimensiones son inagotables. Son la actualización de aquel Varguitas
que salió del basurero en La Ley de Herodes para volverse senador.
Pero sólo los vemos a ratos, cuando
no seguimos a los niños guapitos de la televisión, igual de
ambiciosos pero menos interesantes.
Lo mismo pasa con Morales, el líder
de la oposición interpretado por Joaquín Cosío, cuya
fama y prestigio logró que
su personaje creciera. Pero desafortudamente eso
ocurre en demérito de la
progresión dramática y el interés del film.
Se antoja otra versión de la
película. No estoy pensando en alterar el final, ya que este
representa la postura de sus realizadores en torno a los problemas
expuestos. Mas bien pienso en otra película, que sería grande
si perdiera 40 de los 143 minutos que dura. Un filme
en la que el director no pareciera estar enamorado de sus planos y se
animara a cortarlos.
Una gran película que no calcara el
ritmo de los programas que transmite el Canal de las Estrellas, que
mejor fuera un tobogán en descenso como lo es El Infierno. Una
película que aprovechara una serie de descubrimientos de los que no
hace eco. Porque en
el filme de Luis Estrada todos tienen una faceta que mantienen
oculta. Uno es capaz de vender a su mujer. Otro es un fornicador
insaciable que se presenta como mártir. Uno mas es un asesino a
sangre fría y ese es el mas peligroso. Con eso se tiene para una
gran película. Pero en su lugar tenemos La Dictadura Perfecta.
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