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lunes, 17 de noviembre de 2014

Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia

Corro el riesgo de la repetición. Hace una semana dije que Interestelar (Interstellar. Christopher Nolan. Estados Unidos. 2014) era una de las grandes películas del año. Hoy debo escribir lo mismo tras haber visto Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman. Estados Unidos. 2014) del realizador mexicano activo en Hollywood, Alejandro González Iñárritu. Naturalmente los méritos de ambos filmes son distintos. Trataré de explicar algunos que detecté en Birdman. Sin embargo, queda pendiente escribir sobre varios aspectos de la obra.
Una de las cosas buenas que le ha ocurrido a la carrera de Alejandro González Iñárritu fue el haber concluido su colaboración con el guionista Guillermo Arriaga que, desde Amores perros (México. 2000) hasta Babel (Francia, Estados Unidos y México. 2006), son asestó a los cinéfilos unos guiones supuestamente complejos y sorpresivos que realmente sólo impactaban a los poco conocedores de la materia cinematográfica.
De esas experiencias con historias múltiples algo queda en la última película de González Iñárritu. A diferencia de Biutiful (México y España. 2010) que es un filme hiperconcentrado en la condición de su personaje principal, agobiado por la enfermedad y la inminencia de la muerte; en Birdman también tenemos un personaje en crisis de renacimiento pero la estructura del guión permite un sano desarrollo de varios personajes secundarios.
Birdman narra la historia de un actor cinematográfico venido a menos. Riggan es interpretado por Michael Keaton de forma que se antoja testimonial si se toma en cuenta que usó la capa de Batman en las dos películas dirigidas por Tim Burton (Batman y Batman Returns. Estados Unidos. 1989 y 1992, respectivamente). Riggan se hizo famoso interpretando a Birdman, un súper héroe alado. Ahora su fama ha convertido en trivia y siente que su última oportunidad para demostrar que es un artista es montando una obra de teatro en Broadway.
Un accidente a pocos días del estreno abre las puertas para que Mike ingrese al elenco. Se trata de un actor prestigiadísimo y conflictivo interpretado por el no menos valorado Edward Norton. Riggan, a la sazón director, productor, adaptador y estrella de la obra, entra en ruta de colisión con él. Pero Mike, mas allá de su condición de súper actor, es también vulnerable. Vive con miedo a la impotencia y el único sitio donde la esquiva es en el escenario.
Por otro lado están sus mujeres (Naomi Watts y Andrea Riseborough) ambas en los roles femeninos de la obra, aspirando a manipular a sus hombres y entregadas a un espiral de abandono y autocompasión alrededor de una atracción lésbica.
Pero quizá el más importante de los roles de apoyo sea el de Sam, interpretado por Emma Stone. Ella es la hija de Riggan y en apariencia es frágil por sus adicciones y la conciencia (que se irá incrementando) de las debilidades y crisis de su padre. A ella se le reserva un momento clave en el filme donde sus ojos resumen muchas posibilidades de interpretación del artificio cinematográfico de Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia.
En redes sociales se habla del evidente logro técnico de la película, filmada mayoritariamente en planos secuencia cuyos cortes son disimulados para dar la impresión de que es un todo continuo. No me interesa denunciar que se trata de un truco, me interesa hablar del resultado en pantalla, sin duda alguna imaginativo y meritorio, no sólo para González Iñárritu sino también para su fotógrafo Emmanuel Lubezki.
El plano secuencia implica filmar una serie de eventos sin recurrir a un corte. Los actores, cuando se usa este modo de filmación, se reencuentran con las posibilidades y exigencias del teatro. Por un lado deben aprender largos parlamentos (en el caso de Birdman se habla de que se filmaban hasta 15 cuartillas de sin parar) pero por otro les permite sumergirse en sus personajes. Esta virtud es ampliamente explicada en los textos de André Bazin, sobre todo en su libro sobre Orson Welles.
Otro director que ha señalado cierta equivalencia entre este procedimiento y la danza es Woody Allen, quien ha hablado de una coreografía entre la cámara y los actores. En el caso de Iñárritu la similitud es bien válida: los actores se mueven por los pasillos del teatro, se relacionan entre ellos y realizan varias acciones que van constituyendo una unidad dramática con ritmo sincronizado y complejo, con una cámara en constante movimiento, en diversos ambientes iluminados artificialmente que refuerzan el sentido de la historia, como cuando Riggan y Laura (Andrea Riseborough) tienen un divertido diálogo sobre su paternidad.
Pero a diferencia de la propuesta de André Bazin, quien señalaba que el plano secuencia reforzaba la sensación en pantalla de que se asistía a un tiempo real y objetivo, imposible de manipular mediante procesos de edición, Alejandro González Iñárritu en Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia manipula no sólo el tiempo, sino los distintos niveles de realidad.
Hace 66 años Alfred Hitchcock filmó La soga (Rope. Estados Unidos. 1948) usando muy también pocos cortes, determinados por la duración de los carretes cinematográficos de la época. El resultado fue un filme en tiempo real, donde la duración de la anécdota era igual a la duración del filme en pantalla.
En Birdman las cosas son diferentes. La historia debe ocurrir a lo largo de 4 ó 5 días (un segundo visionado me permitiría ser mas preciso en este dato) y la película dura 119 minutos, con todo y secuencias de créditos. González Iñárritu realiza elipsis marcadas, es decir, saltos hacía adelante en el tiempo sin necesidad de cortar. Elimina períodos extensos de la anécdota sin recurrir a los procedimientos convencionales de la edición en el cine de Hollywood.
Pero ocurre que un elemento fundamental de Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia es la atormentada subjetividad de Riggan – Michael Keaton, personaje – actor al borde de la esquizofrenia, el hombre obligado a llevar una máscara que le hará primero rico y poderoso y después lo tornará débil y lo pondrá al borde de la pobreza y de la muerte. El primer plano es emblemático. Keaton flota, literalmente en su camerino, sentado en el aire en flor de loto. Constantemente manifiesta habilidades telequinéticas, generalmente rompe objetos sin tocarlos. Pero todo ello lo hace cuando está solo. Es como el hombre invisible del equipo de los Hombres misteriosos (Mystery Men. Kinka Usher. Estados Unidos. 1999) que sólo podía usar su poder cuando nadie lo veía.
Riggan – Keaton manifiestan una psique aparentemente al borde del colapso. Escuchan una voz que los intimida. Asisten a eventos no usuales. Los planos secuencia de Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia se niegan a proporcionarnos un asidero a la realidad. No indican dónde termina el mundo onírico y no podemos determinar dónde comienza la objetividad.
González Inárritu nos niega el contracampo, es decir, la imagen que complementa la mirada de los personajes. El procedimiento de campo / contracampo permite ver primero a un personaje y luego mirar lo que mira. Es de lo mas común del cine. El director mexicano prefiere el plano secuencia y el montaje que produce significados y metáforas antes de definir claramente los límites de la enfermedad mental.
Este procedimiento adquiere pleno sentido cuando Sam – Emma Stone abre sus ojos desproporcionadamente y compartimos con ella la no esperada certeza de que los sueños, la locura y la realidad son los componentes de aquello que solemos llamar humanidad y que pareciera estar destinada a remontar el vuelo si confía – en medio de todas sus crisis y siguiendo el principio nahua - tolteca – en la necesidad de forjarse un rostro (y con él un corazón). ¿Cómo? Mediante la creatividad que permite la cultura. Como en Interestelar.

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