En la entrega de los Óscares del año pasado se celebró la
incorporación de los mexicanos a la industria estadounidense del
cine. Tuve oportunidad de escribir que Alfonso Cuarón ganó elpremio de la Academia por ser Gravedad (Gravity. 2013. Estados
Unidos y Reino Unido) una película al gusto de Hollywood y no
porque fuera el mejor film de la competencia.
Anoche otro mexicano no sólo ganó, sino que arrasó con la mayor
parte de los premios Oscar en sus categorías más importantes: mejor
guión, mejor director y mejor película, a los que habría que sumar
el reconocimiento que por segundo año consecutivo ganó Emmanuel
Lubezki por su trabajo como cinefotógrafo.
Este año si puedo decir que Birdman o la inesperada virtud de la
ignorancia (Birdman. Alejandro González Iñárritu. Estados
Unidos. 2014.) era la mejor película de la competencia. Gravedad
no lo era, pero respondía muy bien a las exigencias de Hollywood.
Sorprende que Alejandro González Iñárritu haya podido ganar con un
filme absolutamente personal donde desplegó sus obsesiones temáticas
con un estilo complejo y utilizando metáforas arriesgadas. Mientras
Alfonso Cuarón se incorporó, González Iñárritu se impuso. El
creador de Birdman hoy amaneció siendo uno de los hombres más
influyentes de Hollywood. Tal es el tamaño de su mérito.
Emmanuel Lubezki, con este segundo Óscar, finalmente será
reconocido como uno de los grandes maestros de la luz. Su trabajo
será estudiado y sus filmes revalorados. La aventura de los
cineastas mexicanos que se fueron de su país por que aquí no podían
hacer películas acaba de dar un giro inesperado.
Estos cineastas se incorporan al extenso grupo de migrantes han
logrado puestos de poder e influencia en el sistema de estudios de
Hollywood. Ernst Lubitsch, que llegó de Alemania en los años de
1920's, llegó a ser jefe de la Paramount. Alfred Hitchcock llegó
desde Inglaterra hasta un alto puesto de dirección en ese mismo
estudio. Michael Curtiz, húngaro que en algún momento ni siquiera
sabía hablar bien inglés, llegó a ser uno de los directores más
prolíficos y populares del sistema: dirigió 172 películas.
Igual que los cineastas mexicanos estos directores llegaron buscando
condiciones opuestas a los límites y las dificultades políticas,
económicas y técnicas que les ofrecían las industrias fílmicas de
sus países de origen. Lubezki, pionero mexicano en este tránsito
reciente, no hubiera podido experimentar en México con las
posibilidades de la composición digital de Gravedad ni con la
luz natural con la que hizo El árbol de la vida (The Tree of
Life. Estados Unidos. 2011) y otras películas de Terrence Malick.
Lo mismo puede decirse de otros fotógrafos mexicanos: Rodrigo Prieto
ha trabajado con Martin Scorsese, Ben Affleck (mucho mejor director
que actor), Spike Lee y Ang Lee. Guillermo Navarro es el hombre de la
cámara en grandes éxitos de taquilla como Titanes del Pacífico
(Pacific Rim. Guillermo del Toro. Estados Unidos. 2013.) y la saga
que transcurre Una noche en el
museo. Y como ellos hay más. México, su cultura visual y sus
escuelas de cine han formado grandes fotógrafos, incluyendo a
algunos que siguen trabajando en nuestro país como Sergei Saldívar
Tanaka.
Quizá por ello el segundo Oscar a Lubezki no termina de
sorprenderme, como si lo hace el premio a mejor guión que se llevó
el equipo encabezado por Alejandro González Iñárritu. Mi
percepción es que la capacidad narrativa mexicana va la a saga de
sus capacidades visuales.
Las mejores películas de Iñárritu han sido las que tenían los
guiones más lineales y las estructuras más simples: Biutiful
(México y España. 2010) y Birdman. Antes de ellas las pirotecnias
narrativas supuestamente complejas e inteligentes de los guiones de
Guillermo Arriaga solo servían para deslumbrar a despistados.
Por el contrario el guión de Birdman lleva perfectamente soldadas la
intención temática, la estructura temporal, el desarrollo de los
personajes, los cambios de tono y los distintos planos de realidad
que maneja. No tiene pierde. Corresponde ampliamente, además, a la
propuesta estética de la película en su conjunto.
Y el Oscar a mejor dirección para Iñárritu es el reconocimiento a
sus logros geniales en una puesta en escena arriesgada y rigurosa: la
película da la impresión de haber sido hecha en su mayor parte en
un solo plano. Esa simple apariencia es algo muy complejo y delicado.
Pero funciona perfectamente por que así es como se percibe el tiempo
y el espacio, de manera continua, en el teatro. Y este es el universo
que se recrea en la película.
La selección de grandes actores y el trabajo con ellos, siguiendo el
juego que les ha propuesto el director y para el que son
perfectamente aptos, tiene su mejor ejemplo en Michael Keaton, que
desafortunadamente no se llevó el Oscar que realmente se merecía.
Lo que si ha obtenido es una especie de redención, al ser reconocido
como lo que es: un actor grande y serio.
Y finalmente, que un filme como Birdman o la inesperada virtud de
la ignorancia, siendo como es una obra arriesgada formalmente y
de una concepción autoral personalísima, haya obtenido el
reconocimiento a la mejor película es una cereza inesperada en el
pastel.
El contexto no era propicio. La crisis política de México, a la que
hizo alusión González Iñárritu en uno de sus discursos de
aceptación, es apenas una evidencia del terrorífico estado que
guarda la nación, por utilizar los términos del Papa Francisco I.
Esto se suma a todas las trabas que está viviendo la reforma
migratoria en los Estados Unidos.
Visto el contexto, de manera global, cómo no iba a ser una buena
noticia los premios para Birdman. Cómo no despertarnos con una
sonrisa al día siguiente de la entrega de Óscares. Por lo menos
hemos recibido una buena noticia: el hombre pájaro alzó el vuelo.
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